Barcelona en los meses finales de 1973 era una ciudad pujante. Todos los meses 6.000 nuevos vehículos se sumaban a la creciente ocupación del espacio público por los automóviles. La motorización avanzaba rápidamente, aunque el coche no era todavía una propiedad habitual: en 1973 poco más de un tercio de los hogares disponía de un automóvil. La mayoría de las personas iban a pie o en transporte público a su trabajo, o incluso usaban el medio de transporte privado de los trabajadores de antes de la era del coche: «aún quedan trabajadores [que utilizan la bicicleta] para desplazarse diariamente a sus centros de producción», dice un artículo pionero (La bicicleta como presente) publicado en La Vanguardia el 27 de noviembre de 1973.
Cada año, las iluminaciones de Navidad eran más aparatosas, lo que no es de extrañar si se tiene en cuenta que el consumo de electricidad por habitante en 1972 había sido un 11,9% superior al del año anterior, el récord de toda la serie histórica (en 1973 el aumento fue “solo” del 11,3%). Esa electricidad se producía ya mayoritariamente quemando combustibles fósiles, con mucha participación del petróleo, mientras que la hidroelectricidad retrocedía aceleradamente en el “mix” eléctrico. En realidad, el petróleo aportaba más del 70% del consumo total de energía del país.
Fue en esta inoportuna coyuntura cuando se desencadenó la megacrisis petrolera de la guerra de Octubre o del Yom Kippur (6-25 de octubre de 1973). El precio del barril pasó de 3 a 12 dólares por barril en apenas tres meses. Tras décadas de petróleo barato y abundante, Europa se encontró con que dependía estrechamente de una energía lejana, muy cara y que no controlaba en absoluto. El pánico inicial se resolvió poco a poco en restricciones, algunos racionamientos y planes de cambio radical del modelo energético.
La población fue bombardeada con incesantes admoniciones de ahorro de energía, más o menos coercitivas o asertivas. La industria reaccionó con productos ad hoc, como radiadores con termostato, o bien ignoró olímpicamente el asunto (como la automovilística, que no redujo ni un ápice sus planes de expansión). La legislación intentó tirar del carro de la eficiencia energética, mediante la creación de normas y códigos. Empero, los cambios estructurales (en mejoras del aislamiento en la construcción de viviendas, fomento del transporte público, etc.) fueron abortados o aplazados una y otra vez. En realidad, el consumo de petróleo siguió creciendo rápidamente entre 1974 y 1980.
En 1979 se fundó la República Islámica de Irán y el año siguiente Irak invadió el país. La nueva convulsión petrolera volvió a hacer entrar en pánico a los gobiernos occidentales. Esta vez, en España, el gobierno trasladó todo el incremento de precio a los consumidores, y los cinco años siguientes el consumo de petróleo se redujo en un 20%. De nuevo se plantearon cambios ambiciosos en el modelo energético, nuevas leyes para estimular la eficiencia energética e incluso un intento de lanzar en serio la energía solar térmica. Todo quedó en muy poco a medida que los precios del petróleo se fueron apaciguando y el consumo volvió a dispararse. Las campañas de ahorro de energía volvieron a caer sobre los ciudadanos, que en general se mostraron receptivos.
En 1990 Irak invadió Kuwait y de nuevo se desencadenó la crisis energética. Nuevamente, se planteó el alejamiento del petróleo, que ya se veía como una adicción peligrosa de las economías occidentales. Nuevas leyes y reglamentos establecieron mejores estándares de eficiencia, y empezó a plantearse en serio el cambio del “mix” eléctrico (que era fósil y nuclear en un 90% por entonces) a un reparto más renovable. Incluso hubo un breve desarrollo de los coches eléctricos. Las campañas dirigidas a la ciudadanía también hicieron su parte.
El 24 de febrero de 2022 Rusia invadió Ucrania y de nuevo se desencadenó el pánico petrolero (y “gasero”). El jefe de la diplomacia de la UE sugirió a la población que contribuyera a la derrota de Rusia consumiendo menos energía. El 4 de mayo, la presidenta de la Comisión Europea planteó desconectar a la UE al completo del petróleo y gas ruso. Varios países se oponen por razones evidentes: dependen completamente de esa fuente de suministro. En España, la dependencia del petróleo es de un 40% aproximadamente, pero el gas también tiene mucho peso en la cesta energética. En abril, el Gobierno español tomó la decisión de subvencionar con 20 céntimos el litro de combustible para los 30 millones de vehículos privados, un 99% de los cuales consume petróleo.
Han cambiado muchas cosas desde 1973, no en vano estamos en plena transición ecológica y energética. Por ejemplo, el “mix” eléctrico ya es renovable en un 50%, y subiendo. Pero este cuarto pánico petrolífero (ha habido incontables alarmas petroleras de menos entidad en el último medio siglo) nos recuerda que la situación no ha variado mucho en líneas generales: seguimos siendo petróleo (y gas)-dependientes. Desde el punto de vista doméstico, especialmente en climatización y transporte.
Jesús Alonso Millán
Ilustración: la calorías (muchas de ellas petrolíferas) se escapan por la ventana, en un anuncio de la Campaña para uso racional de la energía de 1975. Hallado en la Hemeroteca de La Vanguardia (clic aquí para ver la imagen completa).
Artículo publicado originalmente en la web vidasostenible.org