Como se puede ver en las hemerotecas, «salvar al planeta» fue un concepto asociado a la ciencia-ficción hasta 2000 aproximadamente, mientras que «salvar el planeta» funciona ya desde 1990 aproximadamente. El complejo de las políticas verdes y sostenibles, una especie de “buenismo planetario”, proporciona ideas y dictámenes, incluso legales, para arreglar el mundo, apoyándose (de una manera que incide directamente sobre los ecosistemas domésticos) en una conciencia de la capacidad de una vida sostenible para mejorar la situación sociecológica a gran escala.
El Día de la Tierra y la Conferencia de Estocolmo
Los comienzos de la que se puede llamar “preocupación planetaria” coinciden aproximadamente con el final de la gran aceleración (un final que coincide aproximadamente con las grandes crisis petroleras de 1973, 1979 y sus secuelas). El primer Día de la Tierra, que provocó un insólito interés en altas esferas políticas, data de 1970. El clima de implicación por la salvación planetaria de la época fue bien recogido en la importante Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano (Estocolmo, 1972).
En términos generales, se creó gran cantidad de argumentario muy sonoro, con pronósticos muy sombríos de destrucción ecológica si no se iniciaba una acción enérgica de inmediato. Esta necesidad de acción acuciante, poco a poco, se fue desactivando a medida que gran parte de la responsabilidad de la acción fue pasando al ciudadano. Un buen ejemplo fue la evidente necesidad de fabricar coches limpios en EEUU, hacia 1970. Ante demandas radicales de fabricación de coches limpios, la industria puso el grito en el cielo, asumió cambios lentos (principalmente mejoras de eficiencia) sin ningún cambio radical de tecnología, y la responsabilidad pasó a los conductores de coches (necesidad de hacer un buen mantenimiento y reglaje, conducción economizadora, etc.).
Ecoconsumo
En el contexto de un avance hacia una consolidación de las conquistas del confort doméstico, asociadas al tramo final de la Gran Aceleración (motorización, electrificación y multiplicación del consumo de energía en los hogares, etc.) “salvar el planeta” se desactivó en un ecoconsumo inocuo, basado en listas de productos verdes o ecológicos. En paralelo, creció la serie de publicaciones en los medios de comunicación de masas, de tipo concienciador y sensibilizador que se pueden englobar con la etiqueta “tú puedes salvar el planeta”, aunque el ecosistema doméstico en conjunto apenas se vio afectado.
Descontaminación
Al mismo tiempo, como un telón de fondo, se ponen en marcha las políticas verdes de tipo “obligado” y basadas en normas legales (por ejemplo, responder a una contaminación del aire que supone una amenaza directa para la salud pública, como ocurrió en Madrid y otras ciudades españolas a finales de la década de 1960) que afectan directamente al ecosistema doméstico, en parte de muy largo y lento recorrido (erradicación de combustibles tóxicos para el medio urbano, como el carbón, o de tóxicos saliendo del tubo de escape de los vehículos, como la eliminación del plomo en la gasolina combinado con el uso del catalizador) o como reacción “rápida” a una amenaza notoria, cuyo mejor ejemplo es la política mundial de erradicación de CFCs impulsada por el protocolo de Montreal de 1987, con una parte que llegaba hasta los cuartos de baño de los ciudadanos, a través de los envases con aerosoles impulsados por CFC.
Un gran telón de fondo: cambio climático
Estaba por llegar la gran política planetaria, la llamada lucha contra el cambio climático. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, bajo jurisdicción de la ONU, se creó en 1988 y publicó su primer informe en 1990. La importante Cumbre de la Tierra (Río de Janeiro, 1992) dio paso a la creación de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), cuya tercera Conferencia de la Partes (COP3) generó el protocolo de Kyoto, 1997, padre de las políticas climáticas actuales y reafirmado en el Acuerdo de París de 2015. La lucha climática se confundió con la lucha para salvar al planeta. La lucha en paralelo por la protección de la biodiversidad, que tiene su propia Convención mundial, tiene menos eco.
Paulatinamente, la política climática terminó por impactar de lleno y frontalmente con el ecosistema doméstico, cosa que no había ocurrido con las políticas de defensa de la capa de ozono (basadas en cambios pequeños y marginales, asumibles por la industria) o con otras iniciativas de “reducir la factura petrolera”, basadas en mejoras paulatinas de la tecnología disponible, también aceptable por parte de la industria. Por el contrario, la “lucha climática” general podía implicar cambios drásticos en el sistema general de producción y consumo y por ende en el ecosistema doméstico.
La política climática es la parte más notoria del conjunto de políticas de transición explícita hacia la sostenibilidad, un gran concepto del siglo XXI, con diferentes niveles de consolidación legislativa: Agenda 2030 y sus antecesoras, Pacto Verde europeo, etc.
Impacto de la crisis
La época de crecimiento económico regular y vivaz hasta 2007 permitió ocultar los aspectos negativos de estas políticas e ideologías (desde el punto de vista de la vida cotidiana). Se puede decir que el sistema de producción y consumo era capaz de asimilar los cambios “verdes” (basados en un catálogo de eco-productos, un nutrido elenco de eco-etiquetas, etc). Esto terminó con la gran crisis financiera de 2007.
La crisis reveló problemas subyacentes como la pobreza energética, o de transporte, que ya chocaban de lleno con las políticas verdes. El mejor ejemplo es la política de erradicación de coches antiguos de motor térmico, utilizados por personas sin posibilidad de adquirir un coche eléctrico, que se encuentran de repente con una serie de restricciones de movilidad. Con cierta rapidez, las políticas verdes, antes inocuas o asumibles, se convirtieron en una amenaza para un sector no pequeño de la población. La instrumentalización política de estos problemas resultó fácil. Los salvadores del planeta se encuentran con millones de ecosistemas domésticos reticentes.
Al mismo tiempo, la oferta de ideologías planetarias crece. Junto a las grandes políticas gubernamentales apoyadas por organismos supranacionales, a una escala menos formal, tenemos un complejo conjunto de movimientos políticos de salvación planetaria, desde los más integrados en el sistema (como el New Green Deal) a los más antisistema (como Extinction Rebellion y afines).
La evolución de las políticas verdes “oficiales” lleva inevitablemente a trazar hojas de ruta que suponen un trastoque considerable del modelo de producción y consumo, y por ende de su impacto en el ecosistema doméstico, aunque no se ponga en tela de juicio el modelo crecentista, en relación con el discutido concepto de desarrollo sostenible. Dos fechas importantes 2035 (fin de los coches de motor térmico) y 2050 (neutralidad climática) son dos buenos ejemplos.
La gran crisis sistémica de los años 2020 (pandemia, conflictividad geopolítica, hace que, como una bomba de fragmentación, los futuros planetarios no normativos (es decir, que no se basan en el crecimiento verde o en el término (ya poco usado “desarrollo sostenible”) pasen a primer plano: postcrecimiento, colapso, etc.
De esta forma, se puede trazar un campo de “políticas (y antipolíticas) de salvación planetaria” que se pueden cifrar en tres apartados y una sombría profecía, todos ellos con apropiada y directa repercusión sobre el ecosistema doméstico:
“Negacionistas”
En este caso un influyente sector considera que las políticas verdes no son más que una añagaza para controlar y esclavizar a la población con innumerables normas ecológicas. El cambio climático y en general la gran crisis ambiental no existen, y en todo caso el nacionalismo, fuertemente asociado al negacionismo, puede presentar la imagen de una nación capaz de blindarse y salvarse sola, con o sin el planeta. La misma globalidad actúa en contra de la acción: ¿de qué sirve que nos descarbonicemos, sin China e India no lo hacen? Esta corriente, con creciente poder político, cuestiona abiertamente el concepto mismo de sostenibilidad y todas sus políticas asociadas.
“Crecentistas verdes”
Es posible combinar el crecimiento económico (el PIB siempre al alza) con una política sana y verde que nos proporcione un planeta sostenible. Fijando plazos adecuados, con la colaboración de la industria y la no menos importante de la ciudadanía, se pueden alcanzar una serie de metas (que son las oficialmente en vigor y confluyen en el año crucial de 2050) que combinen crecimiento, desarrollo y sostenibilidad. Un ejemplo es la política del coche eléctrico: la idea no es cambiar radicalmente la movilidad, sino sustituir uno por uno el parque actual de coches térmicos por otro de coches eléctricos. Un problema de esta política, que en principio debería contentar a todos, es su fragilidad frente a presiones de la industria (como muestra precisamente la descarbonización del automóvil) o tensiones geopolíticas (al responder a la amenaza de guerra con una taxonomía que considera como energía verde la nuclear).
“Poscrecentistas”
Una postura que se puede resumir así: el crecimiento material nos lleva a sobrepasar los límites del funcionamiento planetario, y el postcrecimiento afirma que el mundo “debe abandonar la idea de que las economías deben seguir creciendo en términos de cantidad… deben insistir en crecer en calidad”. Es posible construir una zona de bienestar humano, entre un medio ambiente sano y una sociedad justa, que se puede visualizar como “la economía del dónut”, popularizada por Kate Raworth. La investigación de esta nueva economía demuestra que la prosperidad humana es posible dentro de los límites del planeta.
“Colapsistas”
El sistema actual de producción y consumo ha llegado a un punto de no retorno, El colapso y destrucción de nuestro modo de vida se disparará en breve tiempo, cuando termine la era de energía barata y abundante fósil, que las energías renovables no pueden ni remotamente sustituir.