Siguiendo la definición de la RAE, un ecosistema doméstico resiliente se podría definir como aquel con capacidad de adaptarse a una perturbación o situación adversa, recuperando un estado de viabilidad.
Siguiendo la misma fuente, un ecosistema doméstico autosuficiente sería aquel que se basta a sí mismo, o más exactamente el que intenta bastarse con sus propios recursos.
Son dos conceptos fuertes y estrechamente relacionados pertenecientes a una nube interrelacionada de atributos como adaptabilidad, flexibilidad, orientación al cambio y en general posibilidad de evolucionar hacia la sostenibilidad a través de un mundo que puede ser adverso. Siguiendo estas ideas, en lo que sigue se examinará brevemente la evolución de la tasa de resiliencia del ecosistema doméstico y de la su posibilidad de autosuficiencia. Con este fin, se utilizará una clasificación habitual de subsistemas del ecosistema doméstico.
Agua
Los datos disponibles apoyan la idea de que los sistemas de abastecimiento de agua para el sector residencial gozan de una apreciable resiliencia, en el sentido de tener la capacidad de adaptar el consumo a circunstancias de sequía y de falta de disponibilidad del recurso.
Una serie de datos a largo plazo del consumo doméstico de agua (consumo de agua en Madrid y Sevilla y datos globales de AEAS y el INE) muestran una tendencia general a la reducción del gasto de agua en litros por habitante y día. El factor fundamental de esta reducción, además de mejoras en la detección de fugas, conteo del consumo (mediante contadores de lectura por radio, por ejemplo) e instalación de grifería economizadora, parece ser el impacto de las sequías de las década de 1980 y de 1990.
La autosuficiencia hídrica, por el contrario, es pura entelequia, aparte de alguna vivienda aislada con capacidad de almacenamiento de agua de lluvia y/o de abastecimiento autónomo mediante pozos. No obstante, existe un pequeño sector profesional que comercializa depósitos y sistemas de captación de agua lluvia.
Energía
Las subidas de precios de la energía en los últimos años (electricidad y gas) han obligado a muchas familias a modular su consumo. No obstante, esta posible muestra de resiliencia puede desembocar directamente en la pobreza energética, cuando la economía familiar tiene dificultades para pagar el coste de la climatización, por lo general eléctrica o de gas natural.
El gran apagón de 28 de abril de 2025 reveló claramente una sociedad electrodependiente sin apenas capacidad de maniobra (aparte de conseguir radios y linternas de pilas, o alumbrado con velas). Casos extremos fueron los enfermos conectados a un respirador. Los congeladores cargados de comida perecedera mostraron un período de seguridad de unas 12 horas. Muchos hogares 100% electrificados se vieron incapacitados para cualquier uso térmico (agua caliente, cocina). Hay que tener en cuenta que, a diferencia del abastecimiento de agua, el abastecimiento de energía superó hace muchas décadas la etapa en que se contaba con cortes frecuentes (incluso diarios en determinadas circunstancias de sequía), que permitía cierta modulación del consumo, y actualmente es un sistema de todo o nada.
Este nivel de resiliencia cercano a cero tiene su contrapartida paradójica: a diferencia del caso del abastecimiento de agua, es relativamente sencillo y accesible un abastecimiento de energía autónomo y autosuficiente, basado en paneles solares fotovoltaicos y un elemento de almacenamiento en baterías. También es factible participar en iniciativas de autoconsumo alejadas no más de dos kilómetros del domicilio, o en algún sistema de microgrid.
El renuente avance del coche eléctrico ofrece interesantes posibilidades, si se utiliza el vehículo como batería de almacenamiento de electricidad en las horas en que esta es excedentaria. o incluso si se cuenta con un sistema fotovoltaico autónomo. Hay que tener en cuenta que el tamaño típico de la batería de un coche eléctrico es de 50 kWh, y que el consumo medio de energía en un hogar “todo eléctrico” puede ser de unos 25 kWh al día. También es posible aumentar la autosuficiencia mediante la instalación de una caldera de biomasa abastecida con combustible local.
Ciertamente la medida más interesante para aumentar la resiliencia energética de una vivienda es reducir su índice de transmisión térmica, que suele ir de 5 (muy mal aislado) a 1 (correctamente aislado). Las viviendas mejor aisladas, por lo general con un aislamiento integral de fachada, son mucho más resistentes a los extremos térmicos de frío o de calor. Los edificios de consumo casi nulo llevan esta resiliencia al límite, y en algunos casos (por lo general edificios aislados diseñados ad hoc) pueden conseguir combinar resiliencia al clima con autosuficiencia cuando son capaces de producir su propia energía.
Alimentación
El gran modulador de la “resiliencia alimentaria” es el cambio en la escala de precios de la cesta de la compra, que aleja determinados alimentos (principalmente carne y pescado frescos, frutas, determinadas hortalizas) del consumo cotidiano. En este sentido, una manera de mejorar la resiliencia es la capacidad de transformar alimentos básicos frescos en platos apetitosos.
Así pues una clave principal de la resiliencia doméstica es la capacidad de comprar buenos alimentos frescos y transformarlos en la cocina de manera atractiva y saludable. De esta forma es posible llegar a “alimentarse bien por poco dinero”, un objetivo clásico de los recetarios de cocina.
Un problema es que la información disponible muestra una paulatina disminución de la resiliencia alimentaria, asociada a un aumento de los alimentos listos para comer, muchas veces ultraprocesados, o más recientemente al auge de la comida a domicilio.
Teniendo en cuenta un espacio teórico mínimo necesario para alimentar a una persona del orden de hectáreas, la autosuficiencia alimentaria es inalcanzable para la población. Otra cosa es conseguir niveles apreciables de autoabastecimiento de determinados productos, vía huertos propios o comunitarios. Así como controlar en cierta forma el sistema de abastecimiento alimentario, si este procede de productores cercanos ligados por redes de compra colectiva.
Movilidad
Si se considera la movilidad como un sistema de acceso a una serie de recursos de transporte, la movilidad obligada, de viajes de trabajo o por motivo de estudios (secundariamente viajes al médico o por gestiones) se puede ver también desde el punto de vista de la resiliencia, en el sentido de la capacidad existente de conservar una buena pauta de movilidad sustituyendo y/o combinando modalidades de transporte.
En términos generales, la capacidad de resiliencia de la movilidad cotidiana es muy grande, salvo casos extremos de necesidades de transporte sin alternativa posible al uso del coche privado. En muchos casos, se pueden sustituir viajes en coche privado por trayectos a pie, en bicicleta o en vehículo ultraligero urbano, así como en coche compartido. También se pueden reducir drásticamente las necesidades de transporte en el caso de que exista posibilidad de teletrabajo.
El punto de vista de la autosuficiencia en el transporte parte de una paradoja: en principio, el coche privado proporciona libertad de movimientos absoluta, pero al mismo tiempo está férreamente conectado a un sistema mundial de abastecimiento de combustibles, cuyas fluctuaciones, completamente fuera del control del ciudadano, pueden afectar seriamente a la economía familiar, llevando incluso a la llamada pobreza de transporte. Cruzando la autosuficiencia energética con la movilidad, es en teoría posible cortar la dependencia del combustible fósil mediante el vehículo eléctrico. Este tipo de vehículo también puede servir, a su vez para reforzar la autosuficiencia energética, funcionando como batería.
Vestido y vivienda
Es posible hablar de otros dos elementos del ecosistema doméstico desde el punto de vista de la resiliencia y autosuficiencia: el vestido y la vivienda. Han seguido direcciones opuestas en cuanto al esfuerzo económico que suponen. La vivienda ha multiplicado su precio de tal manera que el coste de un alquiler o una hipoteca merma radicalmente la economía familiar, y por ende cualquier tipo de resiliencia económica.
Por el contrario, la vivienda en propiedad (“estar dentro” del mercado de la vivienda, por oposición a “estar fuera”, pagando una hipoteca o un alquiler) es una base más sólida que permite capear temporales económicos con muchas más soltura. El vestido y calzado, por el contrario, ha bajado tanto de precio que ya no es un factor significativo de las economías familiares, sino más bien un elemento de ocio y afición. La antigua elevada autosuficiencia en materia de ropa (arreglos, incluso confección de prendas de vestir) ha quedado reducida casi a cero.