Cambios en la consideración del estándar de vida adecuado: ¿Qué es irrenunciable? ¿Cuánto es suficiente? El caso del aire acondicionado.
La historia del auge del aire acondicionado proporciona un ejemplo de la modulación del ecosistema doméstico en un mundo finito, sometido a fuerzas contradictorias: la necesidad de alcanzar una huella ecológica sostenible, que se pueda mantener en el tiempo sin comprometer el bienestar de las generaciones futuras, y el estándar de vida que se considera adecuado, que puede o no coincidir con la huella ecológica justa y adecuada (sostenible).
En una primera etapa, la penetración del aire acondicionado se limita a hogares muy arriba en la escala de riqueza, que además lo incluyen más como signo de modernidad que como elemento de estricta necesidad, un proceso que se repite con muchos elementos del ecosistema doméstico.
Paulatinamente, la disponibilidad creciente de energía eléctrica, y de aparatos de aire acondicionado compactos y fáciles de instalar a un precio asumible, convierte a estos aparatos en una opción plausible, una comodidad o pequeño lujo doméstico que sigue sin ser perentoriamente necesaria.
En algún momento la suma de precios accesibles, nuevos estándares de comodidad y (en este caso de manera muy marcada) la evidencia de veranos cada vez más cálidos hacen cada vez más interesante la posesión de una instalación de aire acondicionado. La industria y los poderes públicos funcionan en comandita fabricando modelos “modernos” y proveyéndolos de etiquetado energético, que palían la posible fama de derrochador del aparato.
La popularización del concepto de ola de calor le da el empujón definitivo a esta tecnología, que se convierte en imprescindible y aliada de la salud. Como contrapartida, la proliferación de aparatos emisores de calor y ruido no es fácil en el ambiente urbano y crea serios problemas de coexistencia.
Por último, la pobreza energética se extiende de la calefacción en invierno a la climatización en verano: para muchos hogares, no mantener una temperatura adecuada en verano puede ser peor que pasar frío en invierno.
Las perspectivas indican que territorios que nunca han necesitado aire acondicionado (en Europa, hay una frontera bastante nítida de regiones con y sin necesidad) lo necesitarán paulatinamente en el futuro (como indican las proyecciones climáticas de la UE). El aire acondicionado se convierte así en un elemento importante de la salud y seguridad de la población, y por ende en algo en lo que tienen que implicarse los poderes públicos.
A escala mundial la demanda de los hogares puede ser un factor importante en la aceleración del cambio climático, a medida que las necesidades todavía no satisfechas de aire acondicionado se van cubriendo con aparatos alimentados con electricidad procedente de fuentes fósiles. En algunos puntos concretos, (como Phoenix, Arizona) la proliferación de aparatos de climatización puede cambiar el clima local, elevando de manera medible la temperatura y creando así un círculo vicioso.
Dos conceptos del cambio del estándar de vida hacia la sostenibilidad
Un concepto clave: el redimensionamiento
Muchos sistemas del ecosistema doméstico están sobredimensionados (coches, sistemas de aire acondicionado, calentadores de agua, compras de alimentos con un porcentaje de desperdicio muy elevado incluido, objetos de usar y tirar (como las maquinillas desechables). Y al mismo tiempo existe un número considerable de ecosistemas domésticos infradimensionados, incapaces de proporcionar una climatización suficiente o una alimentación sana, o una pauta de transporte adecuada.
Una base fundamental de la calidad de vida: ¿Un ritmo de vida más lento?
El acelerado ritmo de la vida moderna es la gran coartada de la llamada vida insostenible (comer comida chatarra por no tener tiempo para cocinar, usar el coche para todo por no tener tiempo para caminar, etc.) Se trata de un concepto paradójico, que va completamente a trasmano de todas las predicciones económicas y sociales tradicionales (por ejemplo, la “sociedad del ocio” o “la liberación de los trabajos domésticos” gracias a la generalización de electrodomésticos que ahorran tiempo). Las iniciativas a la contra, como el movimiento Slow Food y otros, no parecen hacer mella en el imperio del acelerado ritmo de la vida moderna, que aparece ya como completamente normalizado e insertado en el estándar de vida actual.
Algunos elementos del ecosistema doméstico: ¿Cuándo pasaron de lujo a estricta necesidad?
El 83% de los que respondieron a una de las primeras encuestas del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) en 1965 creían que una máquina de coser era un elemento necesario en los hogares , y un 71% ya la tenía en casa. Contrasta este alto nivel de “imprescindibilidad” con las cifras más reducidas de los que consideraban necesarios elementos como el coche, la nevera eléctrica o el teléfono. Este orden de prioridades refleja un mundo donde la ropa era muy cara y había que acondicionarla y tunearla con frecuencia, o incluso simplemente confeccionarla. Desde entonces el orden de prioridades ha cambiado mucho, las máquinas de coser han desaparecido y un hogar sin frigorífico o lavadora (o sin coche) se considera ya inconcebible.
El frigorífico pasó de máquina de lujo para enfriar sorbetes y el champán de las clases altas a cambiar radicalmente la pauta de alimentación y de compra de alimentos. Hacia 1970 ya era un elemento imprescindible en los hogares, pero lo cierto es que la refrigeración de alimentos siempre había sido importante. En este caso funcionaba una tecnología predecesora, la nevera de hielo, que funcionaba mediante cargas periódicas de hielo de la fábrica de hielo más cercana. El frigorífico funciona como terminal doméstica de la gran cadena de distribución de frío a escala nacional e incluso mundial. El apartado congelador, al principio casi anecdótico, se ha convertido en un elemento muy importante de la alimentación moderna, en una secuencia dde cocinar>congelar> calentar, en asociación muchas veces con otro elemento imprescindible, el horno de microondas.
La lavadora tuvo una larga curva de aprendizaje desde las primeras cubas eléctricas de desagüe manual a las automáticas. Su función imprescindible nunca se puso en entredicho: fue el primer electrodoméstico que pudo demostrar que ahorraba una gran cantidad de tiempo en el trabajo doméstico. Esta reclamación es el principal argumento del equipamiento doméstico de cualquier clase: el ahorro de tiempo, aunque con el tiempo la proliferación de aparatos ahorradores de tiempo y la necesidad de atenderlos pudo terminar ocupando más tiempo que el que ahorraban.
El lavavajillas es un buen ejemplo de un aparato en la frontera entre la imprescindibilidad y el engorro. En este caso no podía haber tecnologías predecesoras ni curvas de aprendizaje, la máquina debía funcionar ahorrando tiempo desde el primer momento. Los estudios parecen mostrar que esto es así en determinadas circunstancias del ecosistema doméstico, pero que en muchos otros casos este ahorro no existe.
En 2003, un experimento multinacional cuidadosamente diseñado concluyó que «un lavavajillas moderno realiza un lavado perfecto consumiendo menos agua, energía y tiempo», pero en 2013 otro estudio de cambio de uso del tiempo entre 1993 y 2013 mostró como el tiempo dedicado a lavar la vajilla se dividía por cuatro (de 12 a 3 minutos), pero el destinado a «recoger la vajilla» se duplicaba (de 7 a 15 minutos). Estos datos contradicen el estudio anterior y muestran un caso significativo en el que la introducción de una nueva tecnología no ha supuesto la reducción del tiempo empleado en una actividad doméstica.
El aspirador y otros, incluyendo los robots de limpieza, son ejemplos del horror vacui del ecosistema doméstico, que sustituye una lista infinita de tareas por una lista grande de aparatos y mecanizaciones. La derivaciones más sofisticadas, los robots de limpieza y de cocina, apuntan a una muy lejana todavía robotización del ecosistema doméstico, que se puede ver en “roombas” provistas de brazos y patas, capaces de subir escaleras o de colocar objetos en contenedores.
La avalancha de electrodomésticos de línea marrón es una proliferación distinta, basada en llenar el tiempo de ocio (supuestamente conseguido gracias a los electrodomésticos de línea blanca) con una larga serie de aparatos electrónicos de imagen y sonido.
Las mejoras importantes, el agua caliente y la climatización , tuvieron ritmos distintos. La generalización del agua caliente y su contrapartida en notable mejora de la salud vino de la mano de la proliferación del uso de gas butano. Por el contrario, el estándar de la climatización ha tardado mucho más en elevarse, y todavía hoy presenta carencias y deficiencias notables.
Y por fin un elemento central del ecosistema doméstico, la motorización , ida (y tal vez vuelta) de un proceso que lo cambió todo. El porcentaje de hogares provistos de coche pasó de casi cero en 1960 a la mitad en 1980 y a un 75% en 2000, con algún crecimiento posterior más lento. Excepto para unos pocos profesionales, el automóvil en los primeros tiempos de la motorización era un artículo de lujo, que se debía utilizar para el ocio y las excursiones de placer. Estaba muy debajo en la lista de necesidades imprescindibles. Cambios urbanísticos y otros factores lo convirtieron más tarde en un artículo de estricta necesidad. Hacia 2025, la primera generación de la motorización (nacidos hacia 1945-1950, pre-boomers) tienen 75-80 años y la DGT se siente obligada a endurecer el acceso al manejo de vehículos de este sector de la población.