La salvación del planeta, la transición a un mundo sostenible, se refleja en una serie de herramientas conceptuales que marcan grandes objetivos: descarbonización, circularidad, destoxificación, re-naturalización, etc. En este caso ya tenemos una serie de mecanismos asociados con capacidad para impactar directamente con el día a día del ecosistema doméstico. Un ejemplo es la implantación del sistema de devolución y retorno para las botellas de plástico desechable, fruto de una estrategia de circularidad a largo plazo que ha tropezado con un sector industrial que se adapta dificultosamente a tal estrategia.
En lo que sigue se examinan brevemente algunas de estas herramientas planetarias, desde el punto de vista de su impacto plausible en el ecosistema doméstico.
“Reducir las emisiones de CO2”, el núcleo duro de las políticas climáticas
La acción climática “clásica” funciona como determinante del ámbito central o “core business” del ecosistema doméstico (energía, transporte, alimentación). Casi todos los productos, bienes y servicios asociados al consumo doméstico cuentan con estrategias, hojas de ruta y esquemas de descarbonización, desde el vacuno de leche a la industria del mueble. Estas acciones terminan por incidir en el ecosistema doméstico, mediante estrategias publicitarias de posicionamiento “verde”, modificación de precios, y etiquetado ad hoc, pero su impacto real sobre los hábitos de consumo no está claro.
“Reducir emisiones” (de CO2, en realidad de GEI) se ha convertido en el gran objetivo central, al cual se subordina casi todo lo demás. La frase “hemos reducido las emisiones de CO2” se repite en cualquier ámbito de la economía. Todavía es más frecuente la afirmación “vamos a reducir las emisiones de CO2” (más de diez veces más en una búsqueda en Google). Esta reducción de emisiones se suele hacer de manera cuantitativa, en términos de toneladas o kilos de CO2 “evitados” en el curso de cualquier actividad de la producción o el consumo. Al no hablar de porcentajes de reducción, cualquier cifra es positiva, aunque resulte ínfima en comparación con las emisiones totales de la actividad de que se trate. El peligro de greenwashing es evidente.
En general, cualquier actividad cotidiana puede pasarse por el tamiz del CO2. En el campo del transporte resulta explícito, con indicadores de gramos de CO2 emitidos por Km recorrido. En alimentación, las”dietas climáticas” bajas en carne u procesados garantizan una baja huella de carbono en la comida. Ocurre más o menos lo mismo en cualquier actividad: compra de ropa, vacaciones, etc. Las estimaciones de huella de carbono pueden variar mucho según la metodología de cálculo utilizada.
En general, contabilizar emisiones de CO2 cuenta con el beneplácito de la industria, que puede posicionarse fácilmente de manera sostenible alegando sus paulatinas reducciones de CO2. También es bastante fácil de trasladar al ecosistema doméstico, existen infinidad de materiales acerca de una “vida baja en carbono” o de conducta que reduce la emisión de CO2. Las empresas pueden posicionarse como campeonas de la lucha climática (desde un banco a un fabricante de coches). All mismo tiempo también es posible “demonizar” amplios sectores económicos por una tasa de emisión que se considere excesiva.
Un caso interesante es la estigmatización del transporte aéreo (vergüenza de volar o flygskam), justificada por las grandes emisiones de CO2 por pasajero en este medio de transporte. Otro más, la demonización de la carne y la leche por su elevada huella de carbono en términos de kilos de CO2 emitidos por kilo de carne o litro de leche.
La insistencia en «reducir CO2» hace que se considere sostenible quemar combustible en un motor que lanza a la atmósfera más o menos los mismos contaminantes que si quemara gasolina, siempre que el balance final sea «neutro en CO2». Es decir, poner el foco en el CO2 y no en la contaminación tóxica sirve para perpetuarla.
Circularidad
La circularidad implica muchos aspectos que pueden llegar muy directamente a los hogares y su pauta de vida. El ejemplo más evidente es la lucha para terminar con el “usar y tirar”, los artículos desechables efímeros que dominan el ecosistema doméstico. La necesidad de cerrar circuitos de alguna manera en el sistema lineal que impera actualmente (fabricar, utilizar, tirar, olvidar –por ejemplo, enterrando los desechos en un vertedero, o incinerándolos) se intenta solucionar, a escala de los residuos domésticos, con sistemas integrados de gestión “pseudocirculares” que incluyen elementos donde practicar el desechaje de manera ordenada y separada (los contenedores callejeros), desde dónde los residuos separados puedan recibir su tratamiento adecuado, idealmente su reciclaje y reincorporación al circuito.
Este sistema funciona razonablemente bien para algunos tipos de objetos desechables (envases de vidrio y metálicos y artículos de papel y cartón), pero queda muy lejos de su objetivo en el caso de los plásticos y envases complejos. La solución legal para este problema es implantar un sistema de economía circular real, es decir, el sistema de devolución y retorno. La reciente obligatoriedad legal de implantar un circuito DDR para los envases de plástico desechable permitirá ver la reacción ciudadana al mismo.
La circularidad trata de contener la amenaza de una “misosfera” (de mysos=suciedad), que refleja el vertido de sustancias molestas pero no directamente venenosas (microplásticos, plásticos, residuos de envases, aguas residuales, etc.) que funciona en paralelo a la toxicosfera. Los plásticos son un ejemplo de traslación de la mesosfera a la toxicosfera, sufren una transformación en amenazas, por contener componentes potencialmente tóxicos o simplemente por su dispersión ultrafina e imposible de contener en el ambiente, en el caso de los microplásticos.
Destoxificación
La reciente constancia de la existencia de una toxicosfera de tipo omnipresente lleva a una de las políticas concretas “verdes” más importantes. Los poderes públicos proporcionan listas oficiales de compuestos deletéreos (catálogos como REACH), etiquetado ad hoc, consejos de uso, etc. La sensación general es que las políticas de destoxificación están siendo desbordadas ante la magnitud del problema. La lista de sustancias extremadamente preocupantes (SEP) es muy larga y creciente, y apenas se sabe nada de las interacciones potencialmente dañinas entre las diferentes SEP que proliferan en la vida cotidiana. La toxicosfera más tradicional se ceñía al armario de la limpieza, las pilas y las lámparas de bajo consumo, pero paulatinamente se extiende al revestimiento de la latas de conserva, menaje de cocina, ropa, etc.
Re-naturalización
Se trata de grandes políticas en relación con el paisaje y la agricultura, conectadas infaliblemente con el ecosistema doméstico a través de la alimentación. En general, su impacto sobre éste es limitado. Existe un consumo directamente conectado a la naturaleza, mediante grupos de consumo, cooperativas y en general maneras de conocer y controlar desde nuestros hábitos de compra los ecosistemas de donde proceden nuestros alimentos, en una suerte de teleacoplamiento muy interesante y que puede tener mucho futuro. También se está produciendo una reacción contraria, en la que las políticas de re-naturalización se ven como maneras de entorpecer el trabajo del sistema agropecuario industrial y de encarecer el precio de los alimentos.