¿Que se necesita saber en el ecosistema doméstico moderno?
Comparando la pauta de conocimientos y habilidades que se detalla en cualquier libro de “economía doméstica” del siglo pasado con el contenido de un libro actual de “vida verde” pueden aparecer conclusiones interesantes. En ambos casos se trata de un conjunto detallado de instrucciones sobre cómo sacar adelante todos los elementos de la vida cotidiana: limpieza, climatización, decoración, cocina y abastecimiento de alimentos, lavado de ropa, etc. Varía el objetivo final, que en el primer caso es la conservación y mejora de la salud de la familia, y en el segundo (sin olvidar la salud), la mejora del medio ambiente y la sostenibilidad. El público objetivo de los libros de economía doméstica era estrictamente el ama de casa, a diferencia del de los libros de vida verde, que ya es la familia y su círculo social en general.
Los saberes domésticos modernos giran en torno a una serie de mitos y puntos de discusión recurrentes, como si es mejor o no apagar la calefacción por la noche, la mejor manera de limpiar para erradicar la vida bacteriana de cocinas y baños, y por supuesto una profusa colección de mitos alimentarios, muy ligados a la popularización del nutricionismo, que rebaja la comida a sus componentes de proteínas, hidratos de carbono, vitaminas, etc.
Además de la limpieza, el manejo de la climatización y la cocina, hay un saber en vías de extinción, que se puede llamar “ecobricolaje”, y que se puede caracterizar como una serie de actuaciones autosuficientes para mejorar la huella ecológica, que merece una atención especial.
Tras muchos años de erosión del ecobricolaje está apareciendo un caso interesante de interacción de tipo “”llave y cerradura” entre la habilidad y capacidad de reparar aparatos y artilugios y el establecimiento legal de un “derecho a reparar”. En realidad, esta capacidad de reparar y restaurar elementos del ecosistema doméstico está graduada por múltiples capas intermedias entre el “hágalo usted mismo”, popularizado con la sigla DIY (do it yourself) y el tirar automáticamente lo estropeado y comprar lo nuevo: la chapuza, el allegado manitas, las tiendas de reparación de objetos y aparatos (ya casi desaparecidas), los servicios oficiales de mantenimiento, compañías de seguros, etc.
Otro ejemplo de cambio en los saberes está en pasar de la cocina sin más al uso de aparatos de tipo “robot”. En este caso, el software (recetario) de tipo amplio, con instrucciones laxas y amplias posibilidades de sustitución de procesos e ingredientes, se transforma en una programación rígida, con intervalos de tiempo estrictamente medidos y condicionantes rigurosos (de temperatura, velocidad, etc.)
En lo que sigue se revisa con brevedad la evolución de algunos saberes característicos del actual ecosistema doméstico.
Una tarea difícil: ¿Qué es lo que va en cada contenedor?
El ecosistema doméstico se encuentra en la tercera fase del tratamiento de la basura doméstica desde el punto de vista de los usuarios (la primera sería la recogida puerta a puerta por traperos y afines, la segunda el vertido indiscriminado de los residuos en cubos normalizados, ya de responsabilidad municipal, y la cuarta algún tipo de economía circular que vuelva en cierta forma a la primera fase). La tercera fase está basada en recogida municipal y de otras organizaciones de diversas fracciones de basura, que se han consolidado como cinco principales y varias accesorias (papel y cartón, vidrio, envases ligeros, materia orgánica, restos y además ropa, pilas, aparatos eléctricos y electrónicos, restos de pintura y barnices, aceites usados, etc.)
Este sistema de recogida exige conocimientos de dónde va cada cosa: ¿dónde va la bolsa de las maquinillas de afeitar (pero no las maquinillas mismas), los juguetes de plástico, los envases de hojalata, los frascos de vidrio, sus tapas, etc? Esta información es proporcionada regularmente en campañas municipales en comandita con los sistemas de gestión implicados. Los ciudadanos que siguen las instrucciones de separación selectiva “reciclan” adecuadamente. Los puntos limpios añadieron cierta complicación al asunto. La recogida selectiva suele ser objeto de comentarios medio jocosos de un mundo futuro y distópico en el que los residuos se separen en fracciones milimétricamente separadas, con el consiguiente agobio vecinal.
Cocinar: ¿la gran sabiduría en vías de extinción?
La gran piedra de toque de un ecosistema doméstico sostenible es probablemente cocinar, el arte de transformar alimentos frescos en alimentos apetitosos, saludables e –idealmente– con bajo impacto ambiental. Cocinar es una de las principales víctimas de “acelerado estilo de vida moderno”, el paradigma en vigor de la vida cotidiana. Se supone que no cocinar conduce a una alimentación monótona y de alto impacto ambiental, basada en alimentos ultraprocesados listos para comer, que ocupan una parte importante y creciente de las cesta de la compra. Al mismo tiempo, se idealiza la “cocina de la abuela”, sin tener en cuenta que se trataba muchas veces de un duro trabajo –alimentar todos los días a toda la familia– llevado a cabo por mujeres tal vez no amantes de la cocina, y de manera obligada. Esta división del trabajo culinario, con varones que se declaraban orgullosamente ignorantes de la cocina y mujeres que hacían todo el trabajo, se ha erosionado mucho.
La pérdida de los saberes culinarios coexiste con una creciente popularidad de la cocina recreativa y gourmet, entendida como una actividad de ocio. Proliferan los libros y manuales de cocina y el utillaje de cocina se vende bien (desde aparatos para cocer pan a robots de cocina, pasando por ollas lentas o rápidas). El estudio del CIS Turismo y gastronomía, de julio de 2024 , arroja luz sobre la cuestión.
Frente al 27% de los encuestados que pensaban que se cocina más o menos como siempre, el 24% de los encuestados opinaban que cada vez se cocina menos, y la respuesta más nutrida (46,5%) aseveraba que la cocina estaba siendo desplazado por la comida rápida. Este término agrupa una variedad de significados (fast food, comida a domicilio, comida basura o chatarra, ultraprocesados) que se oponen en conjunto a la comida fresca cocinada. Ante la pregunta de por qué se llevaba a cabo este desplazamiento, la respuesta abrumadora (un 69,3%) es “El actual estilo de vida acelerado, que no permite mucho tiempo para cocinar». Es interesante que casi la mitad de los encuestados (el 46,7%) utiliza algún servicio de comida a domicilio, un elemento nuevo que se ha insertado ya firmemente en el ecosistema doméstico.
También es verdad que una abrumadora mayoría (el 93,4%) prefiere “Alimentos frescos, de temporada, locales” a “Comidas precocinadas, preparadas y comida rápida” (5,9%). No es fácil cotejar estos datos con la pauta real de alimentación, pero es probable que el consumo de comida rápida sea mucho mayor del que muestran las preferencias del público,
No hay campañas gubernamentales para que la ciudadanía cocine más (aparte de referencias indirectas en otras campañas orientadas a la alimentación sana), de manera que el ecosistema doméstico navega en este asunto por su cuenta. Se discute si afear a los que no cocinan su conducta es algo lógico o se trata de una respuesta elitista a un estilo de vida que puede ser abrumador.
El arte de comprar sin molestar al planeta (o de no comprar), una variante del arte de comprar intercalado con el consumismo
La evolución del ecosistema doméstico ha llevado a pasar de compras esporádicas y muy meditadas de productos muy necesarios y de precios relativos elevados a compras frecuentes y maquinales de artículos que muchas veces no se necesitan, o no perentoriamente, y con precios relativos más bajos. El mejor ejemplo es la compra de ropa, que se ha multiplicado por diez en volumen por persona en las últimas décadas, al mismo tiempo que su precio relativo se ha dividido por diez.
El término “consumismo” apareció por primera vez en la década de 1960, y poco a poco adquirió el estatus de enemigo número uno de la sostenibilidad, como se ve en este texto del folleto Proteger la naturaleza desde nuestra casa, de ADENA-WWF / Agencia de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid (1989): “Vivimos en un mundo que gira en torno al consumo y el despilfarro. Muchos problemas ambientales proceden del consumismo exacerbado en que se basa nuestra sociedad, que crea la falacia de la “felicidad por el consumo”, cuando la realidad es que cada vez disponemos de menos tiempo libre preocupados por conseguir más dinero para consumir más.”
Una reacción anticonsumista fue y es el Día sin Compras o Día de No Comprar Nada, que se celebra desde 1992 el cuarto viernes de noviembre coincidiendo con el Black Friday (Viernes Negro), el día de comienzo de la temporada navideña de hiperconsumo.
El mundo del consumo comercial contraataca a todas las acusaciones de insostenibilidad con campañas de posicionamiento verde más o menos creíbles. Un buen ejemplo es la campaña de Levi’s con su lema “Buy better – wear longer”. Los consumidores, por su parte, pueden girar en sus preferencias y pautas de consumo, a veces radicalmente, como muestra el auge actual de la ropa de segunda mano.
Tuneos y reparaciones, un arte ya definitivamente perdido
Hace algunas décadas, las ciudades estaban llenas de tiendas de reparaciones de de calzado, artículos de cuero (guarnicionerías), ropa, muebles (carpintería), electrodomésticos, menaje de cocina y muchas otras cosas. Actualmente solo subsisten los talleres de reparación de vehículos, uno de los pocos objetos que no se tira cuando se estropea.
Los objetos no se reparan porque, en general, sale más barato comprarlos nuevos y desechar los estropeados. Recientemente, las leyes anti-obsolescencia programada (definida legalmente como práctica comercial abusiva) y que establecen el «derecho a reparar » añaden una nueva dimensión a este asunto, de una manera muy ligada al fomento de la circularidad. No se se sabe si estas iniciativas conseguirán una cierta recuperación de la cultura del manitas, en la que, ante una avería, se intentaba su remiendo o se buscaba a alguien capaz de llevar a cabo la reparación. Incluso existe un movimiento social, los Repair Cafés, donde se aprende a reparar pequeños objetos y aparatos con la ayuda de algunos manitas. La iniciativa legislativa correspondiente del Parlamento Europeo atestiguó, de manera tal vez demasiado optimista, que el 77% de los ciudadanos de la UE prefería reparar un aparato a comprar uno nuevo.
De los saberes perdidos a una nueva destreza: de lavar a “poner” la lavadora; nuevas habilidades propias de contramaestre de sala de máquinas
La evolución del ecosistema doméstico pasa de un conjunto muy largo y complejo de habilidades (por ejemplo, lavar a mano implica una secuencia de pasos mucho más complicada que llenar la lavadora y apretar el botón), pero al mismo tiempo, paradójicamente, implica nuevas habilidades de considerable complicación, ligadas a una proliferación de máquinas y pseudorobots que requieren atención y programación.