La toxicosfera abarca un gran y creciente número de sustancias deletéreas, desde el mercurio que puede contener el pescado al bisfenol que contiene el revestimiento de la lata donde se ha envasado. A lo largo de la historia reciente del ecosistema doméstico, se observa que se ha pasado de un número reducido de sustancias simples de toxicidad reconocida –plomo, arsénico, mercurio, raticidas, etc,– a un número aparentemente ilimitado de sustancias complejas de toxicidad discutida, presentes en hasta el último rincón de los hogares y afectando a toda clase de procesos: alimentación, limpieza, vestido, etc. Esta toxicosfera está en contacto con una misosfera igualmente preocupante (la esfera de los residuos, no directamente tóxicos, pero proclives a convertirse en tales, el mejor ejemplo son los microplásticos).
Estas sustancias aparecen regularmente en los medios de comunicación. Unos pocos ejemplos son el bisfenol A, microplásticos (aquí la misosfera se intercala con la toxicosfera), PFAS (apodados “químicos eternos”), PVC, residuos de pesticidas en la comida, COV en productos de limpieza, aprestos de la ropa, componentes de pilas botón, etc.
Estos productos no son directamente venenosos, como los son el plomo, el mercurio o el veneno para ratas. Los ciudadanos están expuestos a ellos, en diferentes dosis (se supone que pequeñas), a través de la ingesta, el agua o la respiración. De esta forma, la toxicosfera entra en contacto con el ecosistema doméstico, pero de manera discreta, repetida y compleja.
Dosis admisible y tasa de migración
El concepto de dosis diaria admisible surgió para dar una solución a una contradicción: la agricultura intensiva era capaz de proporcionar gran cantidad de alimentos, pero necesitaba plaguicidas y estos contaminaban los alimentos y podían afectar a sus consumidores. Se resolvió con el concepto de dosis admisible, la ingesta diaria tolerable o admisible (IDA). Se plantea una cantidad de veneno que el organismo humano puede tolerar día tras día, a lo largo de toda su vida, sin sobrepasar un límite de seguridad determinado.
Esta ingesta diaria tolerable, normalmente, se reduce a lo largo del tiempo, a medida que se realizan sucesivas evaluaciones de peligrosidad. El mejor ejemplo disponible es el del bisfenol A. La IDA de este compuesto pasó de 50 microgramos por kilogramo de peso corporal y día en 2006 a 0,2 nanogramos en 2023, más de 200.000 veces inferior a la dosis de 2006.
Bisfenol A: una historia ejemplar
La historia del bisfenol A es ejemplar por la enorme ubicuidad de este producto y por la larga historia de su evaluación como tóxico y del planteamiento de su erradicación.
En septiembre de 1999, la OCU (Organización de Consumidores y Usuarios) alertó sobre la presencia de sustancias potencialmente tóxicas en las latas de conserva, especialmente de pescados en aceite. Se trataba de compuestos de bisfenol A, (BADGE) una resina epoxi, un aditivo del plástico usado en el barniz que recubre por dentro las latas. La noticia recibió cierta retención de los medios. Ecoacero, principal portavoz de los fabricantes de latas, publicó un comunicado negando la peligrosidad de este compuesto que reafirmaba «las máximas garantías sanitarias» de las latas de conservas.
En 2023 Aesan (la Agencia Española de Seguridad Alimentaria) siguió el trabajo de la EFSA (Agencia Europea de Seguridad Alimentaria) y publicó su dictamen sobre la peligrosidad del bisfenol usado en alimentación (y en muchos otros usos). Como se muestra más arriba, Aesan reducía el umbral de seguridad en muchos órdenes de magnitud, lo que implicaba que ingerir el contenido de una sola de atún, por ejemplo, podría implicar riesgos para la salud –anteriormente se hablaba de decenas de latas diarias como umbral de riesgo.
Otra herramienta para lidiar con la interacción de la toxicosfera y el ecosistema doméstico es la tasa de migración. Se establecen tasas de migración admisibles de la sustancia preocupante en cuestión, por ejemplo de estas resinas que revisten las latas de conserva hacia los alimentos que contienen, generalmente en miligramos o microgramos por kilo de producto ingerido. Los límites legales de concentración de contaminantes en la atmósfera y por ende de inmisión (como los 40 microgramos de NOx por metro cúbico estándares) son “tasas de migración” de este tipo.
La secuencia de la toxicosfera
La toxicosfera es parte de la interacción entre el ecosistema industrial y el doméstico, y la industria, en general, no puede eliminar de un plumazo las sustancias deletéreas que contiene. La secuencia habitual consiste en que los avances de la investigación determinan evidencias cada vez mayores de la toxicidad del producto en cuestión, y la reacción de la industria suele ser plantear toda clase de desastres económicos, sociales e incluso sanitarios si se retira la sustancia de las cadenas de producción y consumo. Algunos ejemplos de esta reacción son la prohibición del motor de explosión, de ciertos herbicidas como el glifosato, de los PFAS, etc.
Un problema de la toxicosfera “moderna” basada en infinidad de sustancias dispersas en el ambiente cotidiano, es la imposibilidad o extrema dificultad o coste de erradicar las sustancias deletéreas. Se describe una dispersión tan general que no hay vuelta atrás. El mensaje implícito es que hay que convivir con ella, hasta que llegue una tecnología mejor.
Un ejemplo de esta dificultad y dilación se puede ver ver en la web oficial de FP4EU (FluoroProducts and PFAS for Europe), ante las recientes sospechas de la toxicidad de las sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (PFAS), más conocidas como los “tóxicos eternos”: “Se necesita tiempo para evitar sustituciones lamentables. Dado que todavía estamos en las primeras etapas de investigación de alternativas y se necesitan aprobaciones de organismos como la Organización Internacional de Normalización (ISO), este plazo puede variar entre 8 y 12 años” (publicado en enero de 2024).
Otro elemento de la secuencia de la toxicosfera es la sustitución de los productos originales por sucedáneos que pueden ser igualmente deletéreos. Un ejemplo es el e-fuel como sustituto de la gasolina y el gasóleo. El e-fuel es “neutro en carbono”, pues se produce (en el mejor de los casos) combinando CO2 recuperado de las emisiones industriales o absorbido de la atmósfera con hidrógeno producido mediante electrólisis del agua utilizando energía renovable. No obstante, su quema produce tantos óxidos de nitrógeno como el combustible de origen petrolífero. El bisfenol A (BPA) se puede cambiar por el BPS, BPF, etc. Dada su cercanía química, estas variantes pueden ser casi tan preocupantes como la sustancia original.
La interacción entre la toxicosfera y el ecosistema doméstico tiene algunos pasos más que dar. Inevitablemente, llega el momento de apartar de la esfera tóxica a la población más susceptible, especialmente niños y embarazadas, secundariamente la tercera edad. Un ejemplo reciente es la prohibición de biberones con BPA (Francia y Dinamarca, 2011). Se dictan normas y recomendaciones al respecto que, desde el punto de vista del ecosistemas doméstico, se ven con preocupación, cuando pasan por el filtro de los medios de comunicación. Los titulares del estilo “¿puede ser tóxica tu sartén? o “el riesgo tóxico de las latas de conserva” se repiten, y los consumidores dudan si hay algún producto libre de estos problemas.
El paso final suele ser dar la vuelta a la situación. Se asume que la sustancia insana debe ser erradicada, con etiquetas comerciales del tipo “este producto no pertenece a la toxicosfera”, es decir “está libre de”. Ejemplos son los botes BPA-free, dentífrico sin dióxido de titanio, cereales sin transgénicos, sartenes sin PFAS o el caso más prolongado, la gasolina sin plomo (la erradicación del plomo en las gasolinas duró desde la década de 1970 hasta bien entrado el siglo XXI).
Otra respuesta del ecosistema doméstico a la toxicosfera es sustituir los productos originales por alternativas caseras inocuas. El mejor ejemplo es combatir los problemas causados por toda clase de compuestos químicos agresivos presentes en limpiadores, detergentes y jabones mediante el empleo de alternativas para la limpieza basadas en productos de uso corriente e inocuos, como el vinagre o el limón, que también tienen su rama comercial propia.