Hace casi medio siglo que Ramón Margalef, uno de los fundadores de la ecología en España, distinguió tres etapas de la historia humana: una pasada basada en la sostenibilidad a escala local, otra futura “forzosamente similar, pero a escala universal” y entre las dos “una etapa transitoria de expansión acelerada, de estrategia de frontera, hacia cuyo final nos dirigimos fatal y rápidamente” (1).
Margalef se refería a “la Gran Aceleración”, una etapa situada aproximadamente entre 1945 y 1975 en la que se construyó a toda velocidad el estilo de vida estándar de alta energía. Afectó a todo el mundo, aunque unos lo pasaron mejor que otros. En España, muchos indicadores se dispararon en esa época. El consumo de carne y leche se multiplicó por tres, el porcentaje de familias con coche pasó de cero a casi la mitad, el equipamiento en lavadoras, frigoríficos y televisores alcanzó casi el 100% de los hogares. En paralelo, la contaminación del agua, el aire y el suelo se convirtió en un serio problema, el paisaje fue agredido de todas las formas posibles y la pauta de enfermedades cambió drásticamente, de la amenaza de las infecciosas al riesgo de ataques al corazón y cáncer.
A un ritmo más pausado (se podría llamar la “larga o más lenta aceleración”) el estilo de vida estándar siguió cambiando en las tres décadas siguientes. Pero ahora con un elemento nuevo, la lucha por restañar y paliar en lo posible los daños creados por la etapa precedente. Se trabajó en limpiar las aguas y en descontaminar suelos, comenzó un cierto reciclaje, y la atmósfera de las ciudades mejoró en general. Comenzó una carrera entre la eficiencia y el tamaño: los coches y los electrodomésticos eran cada vez más eficientes, pero cada vez más grandes, lo que anulaba las ventajas conseguidas.
A comienzos del siglo XXI, anteayer, un nuevo elemento comenzó a pesar cada vez más, un cambio global amenazante como nunca se había conocido. El cambio climático creado por la emisión de gases de efecto invernadero es solo una de sus manifestaciones, también hay que pensar en grandes pérdidas de fertilidad de los suelos, agotamiento de los recursos de agua dulce, erosión de la biodiversidad y otros efectos peligrosos. Desde luego el período de expansión ha terminado, y ahora empieza otro de adaptación y modulación de nuestro sociosistema, en la dirección de un medio estable y saludable. Y esto hay que hacerlo a escala planetaria, “universal”.
¿Qué nos toca a la ciudadanía en todo este tinglado? Básicamente tres cosas. La primera es usar todas las palancas a nuestro alcance para que los poderes públicos hagan lo que tienen que hacer. Esto puede incluir desde opciones electorales a los muchos mecanismos de participación pública que existen. La segunda es no hacer el ridículo en nuestra pauta de consumo. Es decir, comprar y utilizar justo lo que necesitamos, y no más. No adquirir nada porque sea nuevo, grande, potente, brillante o simplemente esté de moda. Y la tercera es simplemente aprender a cocinar, poner algo de nuestra parte para llevar una vida más saludable y más agradable.
Jesús Alonso Millán
(1) Esta es la cita completa de Ramón Margalef (en Ecología. Ediciones Omega, Barcelona, 1974, pág. 794)
“En resumen, puede decirse que la historia de la Humanidad comporta una etapa pasada de interacción local con el resto de los ecosistemas naturales, que mantenía reguladas las poblaciones y estable el medio; una etapa futura de una regulación que ha de ser forzosamente similar, pero a escala universal y, entre las dos, una etapa transitoria de expansión acelerada, de estrategia de frontera, hacia cuyo final nos dirigimos fatal y rápidamente.”
Imagen: el glaciar del Mont Blanc (parte de un cartel escolar, hacia 1900). Gallica/Bibliothèque Nationale de France.
Publicado originalmente en vidasostenible.org el 19 de octubre de 2023