La lucha contra la contaminación, especialmente la que es directamente perceptible por los ciudadanos (como el espeso smog que se puede formar en la atmósfera de las ciudades) muestra algunas características en su aceptación social que podrían ser de ayuda en la lucha contra el cambio climático.
Hay varias diferencias importantes entre los dos tipos de amenazas ambientales:
La contaminación atmosférica se ve como un problema de salud pública, el cambio climático como un problema de salud planetaria.
De un problema perceptible y atajable (la contaminación) se pasa a un problema de existencia dudosa y solución casi quimérica, y de algo cercano a algo lejano.
Mientras que la contaminación atmosférica se ve como un problema acotado que exige actuaciones concretas (cambiar el índice de azufre del gasóleo, por ejemplo) el cambio climático se ve como un problema global que exige cambios profundos de vida y cultura (véase el decrecimiento, la economía del donut, etc.).
¿Es posible plantear la lucha contra el cambio climático utilizando como plantilla la lucha contra la contaminación? Estas podrían ser algunas ideas:
Cualquier actuación no se debería considerar en principio medida contra el cambio climático, eso la hace discutible y hace difícil explicar sus beneficios. Si cualquier medida sensata (peatonalizar, un carril bici, una Zona de Bajas Emisiones) se considera “medida climática”, es fácilmente atacable y dificilmente implementable: ya no es una medida concreta con resultados concretos, sino una medida (que puede resultar molesta para algunos ciudadanos) de impacto difícil o imposible de evaluar.
Los objetivos deberían ser concretos, no inabarcables. Por ejemplo, llegar a un 80% de electricidad renovable suena mejor que «evitar que la temperatura media global en un plazo de varios años supere los 1,5ºC por encima del nivel base establecido». La idea puede ser que si conseguimos producir la mayor parte de la electricidad sin quemar combustibles fósiles, haremos más barato el recibo de la luz y más resiliente el sistema eléctrico. Ah, y de paso reducimos mucho la emisión de gases de efecto invernadero, lo que es muy bueno para la atmósfera de nuestro planeta.
Medidas concretas, por ejemplo «dejar de quemar gasolina» es mejor que «avanzar hacia el decrecimiento», y «gastar menos en calefacción, reduciendo el consumo de gas natural» es más asumible que «un estilo de vida bajo en carbono». Las soluciones globales son difusas y confusas.
No somos astronautas, no podemos ver un planeta ardiendo desde la ventanilla de nuestra nave espacial. La ciudadanía necesita información objetiva sobre el problema, asumible directamente por su experiencia cotidiana, no declaraciones vagas pero alarmistas de alerta planetaria, por muy basadas que estén en la ciencia. Una vía para conseguir esto puede ser ver el cambio climático como un problema de salud pública (como ya se está haciendo por muchas administraciones, que establecen un sistema de refugios climáticos, por ejemplo).
Es necesario evitar la secuencia de alarmas de catástrofe, cada vez más acuciantes. Por ejemplo, el punto de no retorno, el momento en que será demasiado tarde para salvar la situación, del que se ha alertado varias veces en los últimos años. El próximo toque a rebato planetario nos dejará indiferentes.