Reducir el consumo de carne es una de las principales tareas que puede asumir el ciudadano que quiere mejorar su huella ecológica. La “carnivorización” del país se llevó a cabo aproximadamente entre 1952 y 1982, comenzando después un lento proceso de declive del consumo, mientras que la producción de carne crecía sostenidamente y se separaba del abastecimiento nacional.
La “carnivorización” implicó cambios drásticos en el ecosistema agropecuario: cambio de especies (cerdos y pollos vs. vacuno y ovejas), cambio de variedades genéticas (cerdos Large White, pollos broiler, etc.) importaciones masivas de soja. reorientación de la producción de cereales de consumo humano a consumo animal. En las últimas décadas muchas etiquetas marcan carne producida a la manera antigua, ¿cómo podría producirse una desescalada del consumo de carne? Hay que tener en cuenta que, incluso con los bajos precios de la carne procedente de macrogranjas industriales, la carne supone todavía la mayor parte del gasto en alimentos de las familias.
En un sentido más general, se plantea una pregunta importante en orden a la transición hacia una alimentación más sostenible: ¿Cuánto estaríamos dispuesto a pagar de más por comer carne procedente de animales bien tratados y vegetales cultivados en campos limpios de plaguicidas?
La agricultura europea produce cantidades ingentes de alimentos con muy poca mano de obra y a precios bastante reducidos. Necesita mucha maquinaria, tractores muy potentes, sembradoras, cosechadoras, empacadoras, etc, que consumen gran cantidad de gasóleo, cuyo fluctuante precio determina la rentabilidad de la agricultura. También requiere gran cantidad de fertilizantes por hectárea, parte de los cuales, los que aportan el vital nitrógeno, se fabrican a base de gas natural –de ahí los problemas del campo cuando el gas natural sube de precio. Con eso se consiguen rendimientos impresionantes, de muchas toneladas por hectárea. Las plagas que podrían prosperar en el campo de cultivo son erradicadas gracias a un gran arsenal de pesticidas, herbicidas y biocidas en general.
La UE está implementado con bastante energía la Nueva PAC y sus estrategias “del campo a la mesa” (Farm to Fork), Renaturalización, y Pacto Verde Europeo. En general, todas estas políticas van en la misma dirección, “ecologizar” el campo y al mismo tiempo proporcionar a los ciudadanos unos alimentos saludables y sostenibles. Estos dos loables objetivos son imposibles de alcanzar sin un cambio sustancial en la cultura agrícola y alimentaria europea. Durante décadas la comida ha bajado de precio, hasta llegar a un mero 14% de los gastos de los hogares. Cualquier medida seria de “sostenibilización” del campo aumentaría automáticamente ese precio. Las medidas de bienestar animal requieren más espacio y mejores instalaciones para el mismo número de cabezas de ganado, eliminar el glifosato requiere utilizar más horas de trabajo y maquinaria especial para lidiar con las llamadas malas hierbas, y así sucesivamente.
Si se quiere otro modelo agroalimentario, basado en las políticas sostenibles que la UE propone al campo, los costes serán distintos de los actuales. La agricultura ecológica (más del 10% de la superficie agrícola, en España) nos da una idea de este aumento de costes; supone una fracción minoritaria pero importante de la producción de alimentos de la UE, y sus productos son más caros. Pueden ser fácilmente el doble de caros que los alimentos procedentes de la agricultura convencional. Este tipo de agricultura, en principio, cumpliría todos los objetivos de las Estrategias verdes de la Unión Europea. ¿Qué pasaría si toda la agricultura europea se hiciera ecológica? ¿Estarían dispuestos los ciudadanos europeos (que ya tienen trabajo de sobra para pagar la casa y el coche) a pagar más por su comida?
Tal vez una reorientación de la pauta de consumo de alimentos pueda participar de la solución. Si la agricultura se ecologiza en bloque, gradualmente, y la cultura alimentaria cambia como ya lo está haciendo (menos carne y leche, menos desperdicio alimentario), y sobre todo, si la cultura alimentaria en general se mueve hacia una mayor valoración de la comida sana, ¿sería posible tener un sector agroalimentario más sostenible conectado a una sociedad mejor alimentada, sin que el peso de la alimentación en el presupuesto familiar aumentara hasta hacerse inasumible?