El “acelerado ritmo de la vida moderna” es reconocido como uno de los grandes males de nuestra sociedad. Ver cómo se llegó a esta situación puede ser de ayuda para plantear el paso a una vida más lenta.
Es muy posible que la curva de ahorro de tiempo proporcionado por los electrodomésticos haya crecido rápidamente (en las décadas de 1950-1970) a medida que los hogares se abastecían de lavadoras, frigoríficos, estufas eléctricas y de gas y otros aparatos realmente útiles. Probablemente alcanzó un máximo hacia 1980, y luego comenzó a decaer a medida que se multiplicaban los electrodomésticos y artefactos domésticos más o menos inútiles, es decir, los que dan más trabajo del que quitan o en general no producen tiempo libre en absoluto.
Ejemplos claros de estos aparatos que en relaidad no ahorran tiempo es el lavavajillas, según muestra la Encuesta de Presupuestos de Tiempo 1993-2013, del Eustat – Euskal Estatistika Erakundea – Instituto Vasco de Estadística (2015). La evolución de dos actividades entre 1993 y 2013 muestra como el tiempo dedicado a cocinar no ha variado apenas (una hora aproximadamente), mientras que el dedicado a lavar la vajilla se ha dividido por cuatro (de 12 a 3 minutos) y el destinado a «recoger la vajilla» se ha duplicado (de 7 a 15 minutos). Estos datos reflejan como la introducción de una nueva tecnología (el lavavajillas) no ha supuesto la reducción del tiempo empleado en una actividad doméstica. Otros ejemplos de este tipo de aparatos pueden ser el aspirador o el robot de cocina.
El microondas es un caso distinto. En pocos años, el aparato pasó del uso exclusivamente hostelero a ser un elemento básico de los aparatos de cocinar. Se vendió en la hostelería como una mejora de la rentabilidad del negocio, mientras que la propuesta para venderlo a los hogares era el ahorro de tiempo exigido por el acelerado ritmo de vida moderno. Pero en este caso el micrrondas arrastró tras de sí muchos elementos propios del «acelerado estilo de vida»: comprar comida preparada congelada, colocarlas dentro del aparato y esperar unos pocos minutos. Con el tiempo, el microondas terminó por generar una parafernalia propia de recipientes y técnicas y hasta un estilo de alimentación asociado.
Hay muchos ejemplos de cómo el ahorro de tiempo es un argumento supremo de venta para el ecosistema doméstico. La autopista R-5 (Madrid – Navalcarnero) y la R-3 (Madrid – Arganda del Rey) se publicitaban bajo el lema «Cuando pagar cuesta muy poco». La idea era evitar los atascos habituales en las autovías de salida de Madrid, con un ahorro de tiempo muy pequeño, 15 minutos, pero considerado suficiente para pagar un buen dinero por ello. Puesto que se trata de un tiempo valioso: «Porque sabes cuánto vale llevar la vida que quieres». En la cultura del acelerado ritmo de la vida moderna, cada minuto vale su peso en oro.
¿Puede romperse este círculo vicioso? El supuestamente frenético ritmo de nuestra vida cotidiana es la excusa para vender toda clase de artefactos inútiles, que aumentan la huella ecológica de los hogares y no ahorran tiempo. Al mismo tiempo, se transmite la idea de que nuestra vida tan ajetreada es incompatible con actividades como caminar y cocinar (o ir al mercado del barrio con regularidad para comprar alimentos frescos).
La reacción existe: diferentes facetas de un movimiento “slow” (slow food es su versión más aparente), que insisten en la necesidad de tomar la vida con más calma. Proliferan libros y artículos en los medios de comunicación recalcando la necesidad de aflojar el ritmo de vida cotidiano. Al mismo tiempo, se crea una imagen de la vida de antes de la Gran Aceleración como muchgo más pausada, tranquila y lenta, lo que seguramente es una exgeración: las jornadas de trabajo eran extenuantes, y el trabajo doméstico agotador, repleto de tareas. Lavar la ropa, por ejemplo, exigía mucho trabajo y planificación que hoy en día resuelve una lavadora automática. El camino puede estar en quedarnos con los elementos de la vida moderna que realmente facilitan la vida y desechar la parafernalia inútil que la complica, encarece y aumenta la huella ecológica de los hogares.