En marzo del año 1926, se instaló el primer semáforo de Madrid (en realidad un sistema bastante complejo de señales luminosas y acústicas interconectado) en un cruce de calles muy frecuentado de la ciudad. Una muestra del reportaje que le dedicó una revista en su día muestra como aquella novedad inauguró oficialmente una nueva era: la del acelerado y estresante ritmo de la vida urbana.
El cruce de la calle de Alcalá (a la izquierda) y la avenida del Conde de Peñalver (actualmente la Gran Vía, a la derecha) en 1926. Además de no verse ni un alma, ni a pie ni motorizada, puede apreciarse (poste de la izquierda) un sistema de luces de aviso de disposición horizontal. El cuadro de mando general estaba en la farola de la derecha.
El reportaje de la revista España Automóvil y Aeronáutica describe con bastante detalle el sistema de control del flujo de tráfico rodado y peatonal en este punto de la ciudad. Las numerosas apelaciones a la rapidez y apresuramiento necesarios para que funcione el sistema dan el correspondiente toque de agobio urbano al reportaje. Madrid tiene actualmente decenas de miles de semáforos.
«Los peatones han de ajustar el cruce de las calles a aquellas señales, de modo que cuando está cortada la circulación de vehículos por lucir las luces rojas, queda el paso libre para los viandantes; y por el contrario, éstos deben abstenerse de cruzar, cuando el disco verde está luciendo; pues indica, según acaba de decirse, que los coches tienen el paso libre; paso que además deberán hacer éstos con cierta rapidez, para hacer más capaz el sistema.
El tercer color, el amarillo, es intermedio, de transición del color verde al rojo y viceversa, y unido al funcionamiento de un timbre, avisa, tanto a los peatones como a los vehículos, que deben terminar el cruce lo más rápidamente posible los que se mueven, o hallarse dispuestos a comenzarlo los detenidos porque el mencionado color se enciende en los últimos momentos de alumbrado del verde y del rojo. Cada color verde o rojo dura encendido espacios de tiempo entre treinta y cincuenta segundos, regulables a voluntad.
[…]
Pasado un tiempo de treinta o cincuenta segundos, y sin que cesen las señales anteriores, se ilumina en los puestos el disco amarillo y funcionan los timbres para indicar así a todos una señal de atención o prevención, debiendo los peatones apresurarse a llegar a las aceras.
[…]
La instalación es muy perfecta y ahora sólo hace falta que los peatones se acostumbren a respetar las señales como lo hacen los vehículos, y tengan la paciencia de esperar en las aceras en lugar de estrangular el paso de vehículos permaneciendo en espera en las calzadas, con lo cual, lo único que consiguen es que la columna de vehículos tenga un frente más reducido y, por lo tanto, tarde más en pasar.»
España Automóvil y Aeronáutica, abril de 1926 (segunda quincena).
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Más información: El primer semáforo de Madrid (o más bien los seis primeros)
Hallado en Biblioteca Digital – Memoria de Madrid