Solemos considerar la transición ecológica, el paso a un mundo más sostenible, como un movimiento hacia un mundo futuro extraño y tal vez ominoso. Pero también podemos considerar muchos de los elementos de este mundo como una herencia recuperada y bien conocida, que nos permitirá una vida mejor.
Muchos mensajes sobre la sostenibilidad se pueden caricaturizar así: “la catástrofe climática se acerca, así que tendrás que dejar de comer carne y de moverte en coche”. Este tipo de mensajes se pueden interpretar como amenazas directas a un estilo de vida duramente ganado, que nos pintan un panorama poco alentador que puede consistir en comer insectos e ir andando a todas partes, «volviendo a la edad de piedra». Los expertos alertan de que una minoría concienciada puede contrastar cada vez más con una mayoría crecientemente irritada, que tiene una representación política considerable.
No obstante, se pueden ver los estilos de vida sostenible como una valiosa herencia cultural, no una reciente moda de unos pocos concienciados «ecoansiosos».
Estos podrían ser algunos ejemplos de este punto de vista:
La costumbre de devolver el casco, o de caminar por la vía pública, cuando esta no estaba dividida rígidamente como hoy entre calzada para vehículos rápidos y acera para peatones vulnerables, son dos ejemplos de modelos de coexistencia y de funcionamiento en red, posteriormente rotos. Las antiguas prácticas pueden recibir nuevas deonominaciones: el envase vacío y recibir una pequeña cantidad a cambio se llama economía circular, y la vía pública compartida por vehículos y peatones “pacificación del tráfico”.
La recuperación de tecnologías eficaces y probadas (pero ya dentro de otro paisaje tecnológico) como por ejemplo la bicicleta, transmutada en bicicleta eléctrica, o los coches utilitarios ultraligeros, con seguridad mejorada gracias a las nuevas tecnologías de conducción autónoma. Las tecnologías sostenibles básicas y de larga trayectoria (como los paneles solares térmicos) pueden aliarse con las nuevas tecnologías (como los edificios de consumo casi nulo) para proporcionar soluciones sostenibles de gran calidad.
El interesante concepto de «lujo público y sobriedad privada», popularizado por George Monbiot. Un ejemplo extremo es el Museo del Prado de Madrid, una colección de obras de arte de valor literalmente incalculable al alcance de todo el mundo. Otros pueden ser los jardines públicos y, en general, los servicios públicos de calidad.
La puesta en valor de destrezas cotidianas (saberes). Saber cocinar, saber hacer reparaciones sencillas, manejarse con un poco de habilidad ante las pequeñas tareas de la vida. En relación con el rescate de conceptos como el de vida autosuficiente y/o vida resiliente.
Las experiencias de pasadas crisis como plantilla para resolver las actuales: ¿cómo fueron erradicados los gases CFCs que destruían la capa de ozono polar, el fuel con azufre que contaminaba la atmósfera de las ciudades y la venenosa gasolina con plomo? Los pasos que se dieron y cómo se salvaron los obstáculos políticos, técnicos, legales, etc., son una valiosa información a la hora de la actual lucha contra la crisis ecológica y climática global.
Una vida más simple con menos artilugios, más tiempo libre… y menos gastos. Una vez que se implantaron los aparatos que realmente mejoran la vida, como la lavadora y el frigorífico, llegaron otros de utilidad menos clara (por ejemplo, el lavavajillas) y por fin una plétora de aparatos prescindibles (como la licuadora) que nos roban tiempo, nos hacen gastar dinero y en general nos complican la vida.
Gastar más en comida y en buena ropa y menos en transporte y en la casa. Se trata de re-equilibrar el presupuesto familiar. Hoy pagamos una fracción pequeña de nuestros ingresos en alimentos, lo que está muy bien, aunque a costa de ingresos pésimos para los agricultores, pero en cambio pagamos demasiado dinero en la casa (hipotecas, alquileres, energía) y en el transporte (principalmente en el coche). El elevado gasto inmobiliario y automovilístico no deja mucho margen para, productos más sostenibles, por ejemplo alimentos de certificación ecológica.
La evolución de los estilos de vida desde el punto de vista de la sostenibilidad se puede visualizar como una sucesión de ondas. La alimentación mejoró paulatinamente a lo largo de la segunda mitad del siglo XX hasta que alcanzó un óptimo tal vez hacia 1980-90, cuando se consiguió un acceso general a los alimentos frescos de buena calidad. Posteriormente, se multiplican las señales de alarma (diabetes, obesidad infantil, etc.) ligadas a una proliferación de la comida chatarra que preocupa seriamente a las autoridades sanitarias. ¿Podemos aprender algo de este supuesto “óptimo alimentario”? Tal vez se pueda rastrear algo similar en la coevolución del transporte público y el uso del coche privado. O en la historia de la proliferación de las ecoetiquetas, que han pasado de muy pocas y semiocultas a demasiadas y presentes de manera omnipresente.
Tal vez podamos plantear óptimos de los estilos de vida sostenible, uniendo nuestra herencia cultural con las nuevas tecnologías y otros avances actuales (como dar personalidad jurídica a la naturaleza), de manera que obtengamos una solución sostenible para los problemas (alimentación, transporte, etc.), es decir generalizable a toda la humanidad a largo plazo, viable y agradable. Es el llamado paradigma de la ducha: tan insostenible es carecer de agua caliente como darte un baño de bañera todos los días. Se trata del concepto de vida sostenible como equiparable a una huella ecológica que se pueda generalizar a largo plazo a toda la humanidad.
Texto modificado a partir de
La sostenibilidad es una valiosa herencia
Publicado en vidasostenible.org el 22 de marzo de 2022.