En 1960 salieron al extranjero algo más de dos millones de españoles, menos del 2% en avión. En las décadas siguientes, de la mano de la tecnología (la proliferación de aviones de medio radio como el Airbus A320 y el Boeing 737), la política (la liberalización del transporte aéreo) y la ciencia empresarial (las compañías low cost) el número de viajes en avión se multiplicó. Los viajes se hicieron más largos, incluso para unas breves vacaciones, y el fin de semana en París se transformó en un «puente» en Bangkok o la Riviera Maya. La posibilidad de viajar en avión con regularidad añadió nuevas perspectivas al ecociudadano, pero también aumentó su huella ecológica. El avión pasó de transporte para una élite reducida a transporte de masas. El asunto desembocó en el insólito fenómeno del flygskam, «la vergüenza de volar» en la segunda década del siglo XXI.
En este punto surge la cuestión: ¿puede existir una ruta para la transición hacia la sostenibilidad de la aviación?
No se discute que el avión es imprescindible para vuelo largos, intercontinentales, pero en términos de consumo de energía por pasajero y kilómetro recorrido, los vuelos cortos, domésticos y regionales son muy derrochadores. Varios países (Francia, Austria, España) están en diferentes fases de limitar estos vuelos cortos con diferentes medidas, desde prohibir directamente los trayectos aéreos que se puedan hacer en tiempo razonable por tren a implantar una serie de impuestos y penalizaciones especiales.
Además de sustituirlos por otra tecnología terrestre, la solución para los vuelos cortos podría venir de dos tecnologías aéreas, una muy antigua y la otra muy moderna.
Un problema fundamental de los vuelos cortos es que, en general, se usan aviones demasiado grandes, capaces de volar mieles de kilómetros, para rutas con distancias de pocos cientos. Los aviones regionales mejoran algo la situación, pero al ser más lentos, sus indicadores de consumo de energía son peores que en aviones grandes.
La tecnología muy moderna apropiada para los vuelos cortos sería la de los aviones regionales eléctricos. Esto va en línea con la tenden cia general a la electrificación del mundo y el abandono de los motores que queman combustible fósil. Ya hay varias iniciativas en marcha, pero no es nada fácil mover un avión relativamente grande en trayectos de cientos de kilómetros con motores eléctricos alimentados con baterías. También se está trabajando mucho con propulsores alimentados con hidrógeno.
La tecnología muy antigua para vuelos cortos sería el dirigible. Este tipo de aeronaves es capaz de transportar cientos de pasajeros, y es relativamente fácil de motorizar con electricidad. Estuvo en auge hace aproximadamente un siglo, hasta que el avión convencional se impuso. La ventaja principal del dirigibles es que no utiliza la velocidad para mantenerse en vuelo, como ocurre con los aviones, así que su consumo de energía puede ser mucho menor. Haciéndolos aerodinámicos y acoplándoles varios motores, tendríamos una máquina voladora capaz de volar con cargas pesadas gastando una fracción de la energía que consumen los aviones convencionales.
Air Nostrum (Iberia Regional), es cliente de lanzamiento del Airlander, un dirigible de cuerpo rígido capaz de transportar cien pasajeros. Esta aeronave no necesita pistas de aterrizaje ni por lo tanto aeropuertos, así que podría, en teoría, ir del centro de la ciudad de partida al centro de la ciudad de destino. El principal problema es que su velocidad es muy inferior a la de una avión regional. Pero eso abre nuevas perspectivas si pensamos en un mundo futuro más sosegado, donde el «acelerado ritmo de la vida moderna» haya perdido todo su prestigio.
Referencias:
Una antigua solución para los vuelos cortos