Con las aportaciones de Anabel Soriano Oliva y Diogo de Melo.
Prolongar simplemente las líneas de tendencia actuales es la manera menos arriesgada de dibujar un escenario plausible para el ecosistema doméstico. Pero hay que tener en cuenta que estas líneas de tendencia son quebradas; pueden modificar su trayectoria con facilidad, en función de que se imponga una u otra política (que puede ser estrictamente coyuntural y determinada por las circunstancias, como ocurrió al comenzar la guerra de Ucrania) en relación con la sostenibilidad.
Desde hace unos años, no existe un consenso generalizado como sí hubo (contando con las reticencias de ciertos actores interesados, como la industria en cuanto a la depuración de efluentes, por ejemplo) cuando se trataba de luchar contra la contaminación del aire, las aguas y el suelo.
Algunos ejemplos de direcciones del cambio hacia la sostenibilidad que pueden ser modificados, aminorados, desviados o incluso revertidos:
• Las “políticas climáticas” se pueden enfrentar a una hostilidad considerable, especialmente por lo que respecta a lo que se considera como un recorte de las comodidades habituales del ecosistema doméstico (consumo de carne, uso de vehículo privado). Es posible que la transición hacia las energías sostenibles (renovables) se haga de manera más lenta o se frene claramente.
• La industria petrolera consigue alargar los plazos de prohibición de coches de motor de explosión a muy largo plazo, utilizando los e-fuel como supuesta energía de transición. La generalización del coche eléctrico o de emisión cero en general se pospone décadas.
• La industria de bienes de consumo consigue aplazar durante muchos años la eliminación de compuestos tóxicos de sus productos, con el argumento principal de daños a la economía.
• Iniciativas de re-naturalización y reducción de insumos tóxicos en la agricultura se aplazan sine die, con el argumento de evitar el encarecimiento de los alimentos. Lo mismo se puede decir de las políticas de bienestar animal, que requieren más espacio y recursos por unidad ganadera y pueden encarecer el producto.
• La industria nuclear alarga la vida de las centrales nucleares y pide poner en operación algunas nuevas, en este caso actuando en un doble frente: la volatilidad de las renovables y la necesidad de luchar contra el cambio climático.
• La industria alimentaria consigue crear alimentos ultraprocesados difíciles de distinguir de los frescos. Se crea un ecosistema alimentario “presurizado” que da respuestas a cualquier tendencia de salud y nutrición supuestamente adecuada.
Desde el punto de vista del ecosistema doméstico en el que habita el ecociudadano, la sensación general puede ser de cierta confusión, debido a políticas cambiantes o simplemente a problemas cuya solución se eterniza:
• En el espacio urbano, una tendencia aparentemente imparable, la des-ocupación de la ciudad por el coche privado (mediante peatonalizaciones, pacificación del tráfico, carriles-bici, con variantes como las superillas de Barcelona) puede ser parada en seco mediante decisiones políticas.
• Un ejemplo claro de confusión es la duda del ciudadano que necesita comprar un coche: ¿eléctrico o de combustión?. Otro más es la relativamente reciente demonización del diésel, tras décadas de recalcar sus virtudes para reducir el gasto en combustible e incluso reducir la emisión de CO2.
• La política de abandono paulatino de los combustibles fósiles sigue sin incluir penalizaciones económicas de los mismos. Pero cualquier subida de precio de los combustibles genera encendidas y lógicas protestas ciudadanas.
• La distinción entre alimentos saludables e insanos se complica mucho gracias a la ausencia de un etiquetado inequívoco (como el NutriScore, voluntario y esporádico, o algo más contundente, como las etiquetas de alerta usadas en Chile).
• Los alimentos ecológicos, de temporada, de proximidad, etc, no abandonan su condición de alimentos de nicho elitistas. No se ve ninguna posibilidad de reducir su precio.
• El mito del acelerado ritmo de la vida moderna no pierde fuerza, sino que se consolida, con su cortejo de impactos ambientales asociados (uso intensivo del coche, por ejemplo).
Al mismo tiempo, hay una serie de actuaciones “subterráneas” en el ecosistema doméstico que siguen avanzando con regularidad, y que a largo plazo son de importancia para propiciar el avance hacia la sostenibilidad. Por ejemplo:
• Instalación a gran escala de contadores de consumo de energía, asociados a reguladores de la temperatura y termostatos, así como de contadores electrónicos de consumo de agua. En ambos casos, consiguen sustanciosas reducciones del consumo inútil de energía, sin reducir el confort de sus usuarios.
• Programas de mejora de la envolvente térmica de los edificios, dentro de programas de rehabilitación de un parque de viviendas que, en buena parte, se construyó con estándares de calidad bajos.
• Aunque ha llevado mucho tiempo, las etiquetas energéticas que indican eficiencia ya son parte natural de las decisiones de compra. Los estándares de consumo de los equipamientos domésticos han duplicado su eficiencia en las últimas décadas.
• Electrificación general del ecosistema doméstico, una tendencia que avanza paulatinamente gracias, entre otros, a cambios de tecnología de climatización como la bomba de calor. Aquí también se podría anotar el crecimiento del autoconsumo eléctrico mediante paneles fotovoltaicos.
• Una tendencia general a poner en valor la comida sana y sostenible, alimentos frescos transformados mediante técnicas culinarias sencillas (esta tendencia, a diferencia de las anteriores, es difícil de cuantificar).
• Continuidad en la tendencia general a reducir paulatinamente el consumo de carne y leche, que se observa desde hace décadas, y que podría acercarse ya a un nivel más sostenible.
En general, en un escenario ”business as usual”, existe una posibilidad general de que se produzca un avance real hacia la sostenibilidad, mejorando la salud, el bolsillo y el medio ambiente de las personas, incluso por encima de altibajos o reversiones políticas que parece no interrumpir la corriente general. Pero también existe una sensación generalizada de crisis más o menos inminente, que ya forma parte de nuestro mundo. Estas podrían ser algunas de sus manifestaciones:
• Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS 2030) parecen horizontes de acción inalcanzables, muy alejados de la vida real.
• Una y otra vez la presión externa muestra su enorme importancia (como en la guerra de Ucrania, o la crisis financiera de 2008). Por ejemplo, el gas natural deja de ser una energía fósil a minimizar paulatinamente y se convierte en un recurso escaso y valioso que hay que almacenar en grandes cantidades.
• Preocupa la proliferación de políticas negacionistas, como se ha podido ver recientemente en la renovación del parlamento europeo.
• Existe una tensión creciente, y tal vez difícil de resolver, entre soberania nacional y políticas verdes de tipo “globalista”. Pero este es un mundo completamente interdependiente, ningún país podrá cerrar sus fronteras a una crisis ecológica que es completamente global.
• La digitalización fina, llegando hasta el último rincón del ecosistema doméstico (como el internet de las cosas combinado con inteligencia artificial), es una tendencia prometedora, pero que exigirá un buen control.
• El decrecimiento es un concepto interesante, pero que necesitará una explicación y justificación que puede ser difícil de aceptar y confundida con la denostada (con razón) austeridad. Tal vez el término “desescalada” (de la contaminación y el derroche energético, por ejemplo) pueda ser más adecuada.
• La salud propia está asociada la salud del planeta, pero no se podrá dar la sensación de que la mejora ambiental se hará en detrimento de la salud personal. Es decir, que las políticas climáticas, por ejemplo, mermarán nuestra calidad de vida haciéndonos “volver a las cavernas”.
• Algunos elementos del ecosistema doméstico son y serán inatacables, como el coche en propiedad o, casa vez más, el acondicionador de aire. Cualquier política futura que se entienda como una disminución de confort será contestada. Cada vez serán más importantes cambios “subterráneos” no políticos, como el avance del autoconsumo.
• Lo prohibido es más atractivo (como pasará tal vez con el coche de motor de explosión, de cara al futuro son más eficaces las políticas restaurativa, en las que buenas acciones obtienen beneficios, por ejemplo los turistas que obtienen compensación por su comportamiento cívico en Dinamarca, o los sistemas de devolución y retorno de envases.
• Los cambios en la composición de la pirámides de edad podrán ser importantes. Se darán casos de “econostalgia” (un viejo mundo –contaminado, eso sí– que estamos perdiendo y que da paso a un mundo dominado por la ecoansiedad).
• Crecerá una conciencia de redistribución, ¿se impondrá un nuevo comunitarismo capaz de lidiar con mejor éxito con los problemas que enfrentamos? En cualquier caso, hay muchas oportunidades ahí delante.
Referencia:
¿Hacia dónde va el ecosistema doméstico?